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lunes, 20 de mayo de 2013

CUENTOS DE TERROR


No siempre lo más tierno puede ser bueno

(Autores Alejandro  e Irene ). 2º A


-¡Vamos hija! ¡Es la hora de cenar!-Dijo la madre.
-¡Ya voy mamá!-Contestó la niña, alegre.
Era una noche de tormenta. En las oscura entrañas de un bosque de Suiza, se encontraba una enorme y fría casa de madera, en la que había una pequeña familia compuesta por un padre llamado Ken, la madre, llamada María y la hija de 7 años llamada Kira, la cual celebraba su cumpleaños esa misma noche. La familia se encontraba en el salón, cenando.
-¿Cuándo me dais los regalos? ¡Los quiero ya!-Dijo la niña, desesperada.
-En cuanto comamos la tarta, no te impacientes-Contestó María, tranquilizadora.
El padre entonces volvía de la cocina. Llevaba consigo una gran tarta de chocolate recubierta de nata y fresas a su alrededor. Con solo verla, se le hacía la boca agua a la niña. El padre la puso en la mesa, sacó unas velas de su bolsillo y las incrustó en el centro de la tarta, contando un total de siete velas. Sacó del mismo bolsillo un mechero y encendió las velas.
 El padre se sentó, y con la madre, empezaron el coro.
-¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos Kira, cumpleaños feliz!-Dijeron los padres al unísono.
La niña se volvió roja como un tomate. Se moría de vergüenza. Siempre le pasaba lo mismo cada vez que la cantaban el cumpleaños.
Los padres, entonces, partieron la tarta y sirvieron un trozo a cada uno. La niña, al acabarse su trozo, miró a su padre.
-¿Puedo comer otro trozo?-Dijo la niña.
-Claro, es tu tarta.-Dijo Ken.
Entonces, en pocos minutos, entre los tres, se comieron la tarta. La niña volvió a mirar a sus padres, esperando a que dijeran algo, pero al no decirlo, insistió la niña.
-¿Me dais ya los regalos?-Preguntó la niña, una vez más.
-Sí, ya te los damos, impaciente.-Dijo el padre.
Entonces el padre se fue rápidamente hacia la cocina, se oyeron unos ruidos, y a los pocos segundos, volvió con 2 regalos. El padre se sentó en la mesa y los puso sobre ésta.
-¡Bien!-Exclamó la niña.
La niña cogió el primer regalo y rompió sus envolturas con rapidez. Se encontró con una camisa de color rosa y morado y con el bonito dibujo de un caballo, justo como ella lo quería.
-¡Gracias!-Dijo Kira, eufórica.
Kira, entonces, cogió el segundo regalo y lo desenvolvió. Dentro había un cuaderno y un gran kit de pintura, con 39 lápices de colores, cada uno diferentes.
-¡Gracias, me encantan!-Gritó Kira, más eufórica todavía.
-Pero eso no es todo-Dijo Ken.
Entonces el padre se fue a la cocina, abrió un armario enorme y de él sacó una pequeña bicicleta de color rosa.
-No me digas... ¿En serio? ¡Muchísimas gracias!
Entonces la niña corrió hacia su padre y le dio un abrazo fuerte. El padre se lo devolvió. A los pocos segundos se soltaron.
-Te prometo que mañana salimos a dar una vuelta,
-¿vale?-Dijo el padre.
-¡Vale!-Dijo Kira.
Entonces se oyó un fuerte golpe en la puerta. Todos miraron hacia ésta. El silencio se hizo de repente. Volvieron a dar otros portazos. La niña fue corriendo hacia ella, evitando que el padre la agarrara del brazo para protegerla. Kira miró por la mirilla. Despejado, no había nadie. Abrió la puerta y vio lo único que no pudo contemplar la mirilla, un oso de peluche, de color amarillo, con unos ojos blancos y con pupilas negras, y como nuevo, salvo que un poco mojado por la lluvia. La niña lo cogió rápidamente del suelo y cerró la puerta. Entró a casa con sus padres y entonces los observó.
-Estaba en la puerta. No había nadie.
La madre cogió el muñeco y entonces lo observó de arriba a abajo. No había nada raro. Entonces la niña observó una pequeña nota, una nota que casi no se ve a simple vista. No le dijo nada a sus padres, quería leer la nota en secreto.
-¿Puedo quedármelo?-Preguntó la niña.
-Digo yo. Estaba en la puerta. Seguro que alguien sabía que hoy era tu cumpleaños y quiso regalarte ese peluche. Claro, puedes quedártelo.-Dijo Ken.
Entonces la madre le entregó el peluche a su hija y entonces ésta lo cogió.
-Gracias.
-¿Cómo lo vas a llamar?-Dijo el padre.
-Oso-Dijo Kira, culminante.-Me voy a mi cuarto, que tengo sueño-Mintió Kira-Adiós.
-Adiós-Dijo la María.
-Buenas noches-Dijo Ken.
Entonces la niña subió corriendo las escaleras hacia el segundo piso, donde se encontraba su habitación. Al llegar a la puerta la abrió con rapidez y entró en la habitación. Entonces cerró en la puerta. Era una habitación normal. Tenía las paredes pintadas de rosa, y muchas muñecas y juguetes de niña. La típica habitación de chica, aunque no le extrañaba a Kira, ya que sus padres eran muy pintorescos. Se sentó sobre su cama de color rosa y observó el peluche. Rápidamente le dio la vuelta y cogió la nota que llevaba pegada a la espalda. En ésta ponía ''3 deseos usted puede pedir, pero cuidado con el tercero, pues las consecuencias ha de sufrir''. La niña no entendió muy bien el mensaje, aunque sólo se quedo con una parte de éste: podía conceder deseos. Aunque no lo ponía en las instrucciones, ella suponía que sería alzando el oso y pidiendo el deseo. Entonces, cogió el oso con la mano derecha y lo alzó al aire.
-Deseo...¡Deseo un perro de color blanco!-Pidió Kira, cerrando los ojos.
Entonces un rayo cayó cerca de la casa. Con suerte, no se quemó nada ni pasó nada. Abrió los ojos entonces y vio un perro detrás del oso. Entonces dejó el oso a un lado y vio al perro, que estaba moviendo el rabo, feliz. El perro se lanzó sobre la niña y la lamió la cara. Kira acarició al perro y entonces lo abrazó. El deseo se había cumplido, no era ninguna broma. Rápidamente se levantó y fue corriendo hacia sus padres, pero antes de abrir la puerta, pensó que ella quería los deseos sólo para ella. Fue rápidamente a su cama y se durmió con el perro a un lado y con el oso al otro. De repente, por la noche, al perro le salió unas rayas rojas en sus ojos. Se despertó la niña. No se fijó para nada en los ojos del oso. Vio al perro encima de su cama, y entonces lo volvió a acariciar por la parte de la cabeza. Pensó que no podía tener al perro sin comida ni nada, así que bajo con el peluche y su perro a la cocina. Se encontró a sus padres en ésta, y estos la miraron, asustados.
-Kira, ¿y ese perro?-Dijo la madre.
-¿De dónde lo has sacado?-Dijo el padre.
-Pues es que me desperté en mi habitación y el perro ya estaba ahí, encima de la cama. No sé como habrá llegado.
-Madre mía, con los regalos de desconocidos-dijo María.
-Sí. ¿Por dónde entró?-dijo Ken.
-Creo que...-Kira se lo pensó, ya que si decía por la ventana no se creerían que un perro salte tanto, además de que la ventana se cierra por dentro-por la puerta. A lo mejor se coló cuando fui a por el peluche y no le vi.
-Puede ser-dijo María.
-¿Puedo quedármelo?
-No sé. ¿Te responsabilizas de él?-dijo Ken.
-Sí
-Entonces sí, puedes quedártelo.
-Gracias, menudo cumpleaños.
Entonces Kira fue rápidamente al salón y comenzó a desayunar su huevo frito con tostada y zumo. Cuando terminó, se fue rápidamente hacia la cocina, cogió un cuenco pequeño y una botella de agua, y sirvió ésta en el cuenco. Entonces se la sirvió al perro. Luego cogió rápidamente un plato y le puso un filete. Le dejó el plato al perro al lado de su cuenco. Kira corrió rápidamente hacia su habitación y volvió a cerrar la puerta. Fue hacia su cama, de nuevo.
-Con que tres deseos...Probemos de nuevo-dijo Kira-. ¡Deseo la ropa más cara, más bonita y más bella del mundo!
Entonces se produjo otro rayo. Aparecieron unos pantalones, una falda y una camisa con una combinación de colores naranja, rojo y amarillo increíble. Era, sin duda, la ropa más bella del mundo, por lo menos para una niña de 7 años. Le salió otra raya roja en los ojos del oso, pero no se fijó para nada. Ahora sólo quedaba un deseo, pero dijo que traería consecuencias. Kira se creía suficientemente mayor para superar las consecuencias, así que miró qué último deseo podía pedir. Siempre había querido una muñeca Pritz, que todas las niñas llevaban, pero que sus padres no querían comprarla. Alzó el muñeco entonces.
-¡Deseo la última muñeca Pritz que salió hace poco y que todas mis amigas tienen!-dijo Kira.
Entonces cayó un último rayo. Los ojos del oso se volvieron completamente rojos. Entonces la niña, bajo la cama, pudo apreciar la muñeca Pritz. La cogió entonces y la observó. Vio su pelo amarillo, aunque lo único que le llamó la atención fue su vestido. Color rojo sangre. Aunque le llamaba bastante la atención, lo ignoró. La niña observó su reloj y vio que eran las 8:30. Entonces se vistió con su ropa nueva, cogió su mochila y se fue al colegio...
A la vuelta...
La niña entonces abrió la puerta.
-Ya estoy mamá.
No encontró a nadie. Ni una voz, ni un murmullo, ni nada.
-¿Mamá? ¿Papá?
Se fue a la cocina, y no había nadie. Miró en el salón, pero no dio resultado. Tuvo el mismo éxito en el baño, en el desván y en la bodega. Entonces miró rápidamente las escaleras. Había una mancha de sangre en la pared de ésta. Subió las escaleras con miedo y se fue moviendo por la oscuridad del pasillo. Abrió su habitación, pero no había nadie. Fue rápidamente al cuarto de sus padres. La niña entonces puso una cara de horror. Vio a su madre, tirada en la cama, pero degollada. Le faltaba la cabeza. La niña la descubrió a unos centímetros de ella y entonces saltó hacia atrás. Salió corriendo de su habitación y fue hacia el salón, para salir por la puerta. La niña, mientras lloraba, escuchó un grito de dolor de su padre.
-¡Papá!-gritó Kira.
Entonces rápidamente bajó las escaleras y fue en dirección al garaje. Vio a su padre, muerto, al lado de su coche con la puerta abierta. Al parecer, había intentado escapar, pero no pudo. Tenía un bulto sobre su abdomen  Entonces el bulto comenzó a levantarse y entonces se giró hacia la niña. La miró fijamente con los ojos rojos color sangre. Kira lo reconoció enseguida. Tenía las manos rojas, de la sangre del abdomen de su padre.
-O... ¿O.....so?-dijo Kira, con miedo.
Entonces la bestia con forma de peluche fue corriendo hacia ella y se abalanzó sobre ésta. Lo único que se oyó en toda la casa fue el grito de Kira antes de caer muerta y sin cabeza al lado del cuerpo partido a la mitad de su pobre perro. El oso, de repente, perdió el rojo de sus ojos y se desplomó sobre el suelo, como un peluche normal. Entonces el aire se tornó ondulado y apareció una presencia maligna. Iba encapuchada. Se agachó, cogió al peluche del suelo, e hizo una sonrisa fría en su oscuro rostro. Chasqueó los dedos pues, y desapareció.

10 años después...
Se abrió la puerta de una casa entonces.
-¡Mamá mamá, hay un oso de peluche en la puerta!-dijo una pequeña niña rubia.

Fin...

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